2 de abril de 2009

"SE DESPOJÓ DE SU RANGO PASANDO POR UNO DE TANTOS"

DOMINGO DE RAMOS – Is 50, 4-7 – Filp 2, 6-11 – Mc 14, 1-15, 47

 

El domingo de Ramos es una invitación de Jesús a entrar, con Él,  a Jerusalén. La subida a la ciudad santa  es parábola y metáfora de la vida cristiana. Él nos invita a subir porque allí vamos a poder celebrar, en la mesa del Jueves Santo, el amor que se reparte y se parte, que se entrega y se hace servicio, que lava los pies y desnuda los corazones. Nos invita a subir allí porque vamos a compartir el dolor del viernes santo cuando, colgado entre el cielo y la tierra,  perdona, nos confía a su madre, entrega su espíritu,  grita al Padre y espera sereno traspasar la oscuridad de las  tinieblas. Nos invita a subir para compartir el silencio de la tumba y la aurora de la mañana de la resurrección. Una invitación para adentrarnos en su camino, en su historia, en su vida... para atravesar como Él, por Él y junto a Él, el tunel de la muerte  y encontrar la Vida plena, abundante, eterna.

 

Tres palabras, tres actitudes, tres realidades...  son claves claves  para recorrer este camino:

 

AMAR. Es el verbo más conjugado de la historia. El hombre está sediento de amor. Cuando lo encuentra y cuando lo da, es feliz. Pero amar como Jesús,  con su medida y con su finalidad, no es fácil. Amar como El amó supone negarse, olvidarse, vencerse, considerar de verdad a los hombres, a todos los hombres, como hermanos y estar dispuesto a compartir con ellos la herencia, toda la herencia; servir, dar la vida desde abajo, en el día a día, en las pequeñas cosas, palabras, gestos... No, no es fácil amar así, pero es posible hacerlo.  Jesús nos enseña y ayuda.

 

MORIR. ¡Qué difícil!. Y, sin embargo, la muerte está ahí, dispuesta a acudir puntualmente a la cita. Viéndonos, también nosotros mismos podríamos pensar: ¡Qué terrible una muerte sin respuesta!. ¡Qué angustiosa una muerte sin retorno!. ¡Qué cruel una muerte sin victoria!.  ¿Qué piensan los hombres de la muerte? No es fácil aprender a morir; sin embargo, debiéramos esforzarnos por dar, a la luz de la realidad de la muerte, hondura y categoría a nuestra vida, sabor cristiano y trascendente a nuestro existir. Qué gran sabiduría aprender a pensar serenamente el Viernes Santo que desgarra el alma, a la sombra del Calvario, desde la confianza de saber que el Dios de la cruz está con y en los crucificados de la historia, con y en nosotros.

 

RESUCITAR. Es la última palabra de la muerte. El triunfo, la gloria, la alegría. Jesús, venciendo el tedio, el dolor, la angustia, la incógnita que se alza perturbadora ante la mente humana. Su triunfo es el nuestro. ¿De verdad lo creemos así los cristianos?. En el fondo de nuestro ser sí lo creemos, pero tal vez, nos falta avivar esa fe, hacerla realidad diaria, ponerla de relieve al enfocar la vida, al acercarnos a los hombres, al vivir con ellos. Hay que intentar resucitar cada día en un esfuerzo permanente por dar a nuestra existencia un tono y un estilo en el que se reconozca inmediatamente a Cristo, cuyo final no fue la Cruz ni el sepulcro  sino la Luz; la Salvación para el hombre y para el mundo.

 

AMAR, MORIR y RESUCITAR: tres palabras, tres actitudes, tres realidades para pensar y para vivir en esta Semana Santa y en toda nuestra vida. Que así sea con la Gracia de Dios.

         ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

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