25 de febrero de 2009

"...Y LOS ÁNGELES LE SERVÍAN"

DOMINGO I DE CUARESMA -B- Gen 9,8-15/ 1 Pe 3,18-22/ Mc 1, 12-15

 

            Hoy, al inicio de la Cuaresma,  hemos escuchado en el texto del Génesis  la primera alianza de Dios con el hombre y toda la creación ofrecida a  Noé, después de que las aguas del diluvio sepultaran la maldad y fueran salvación para el hombre justo. El arco-iris, rayos del sol que atraviesan la bóveda celeste durante la lluvia, anunciando a los hombres el fin de la tormenta y la reaparición del sol, es el símbolo del pacto de paz entre el cielo y la tierra, tantas veces roto por el hombre. Si bien la obra de Dios está sometida al pecado, la voluntad de Dios sobre la creación no es la destrucción sino la vida: "El diluvio nunca más volverá a destruir a los vivientes".

Marcos, en un texto breve, sin ningún tipo de colorido, con la sobriedad que le es propia,  nos muestra a Jesús en el desierto, lugar de purificación y prueba, durante 40 días. Con dos imágenes muy sugerentes muestra la dureza de la lucha y el combate "vivía entre alimañas") y la victoria final ("los ángeles le servían"). Este combate nos espera también a nosotros. San Agustín nos dice Jesús  permitió ser tentado para ayudarnos a resistir al tentador y añadía que nuestro progreso se realiza en medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y tentaciones. La tentación sirve para purificarnos, fortalecernos, hacernos más humildes, más atentos. El desierto (la vida) es lugar de prueba y purificación; de oración y encuentro con uno mismo, con Dios, con los hombres.

Tras la tentación, Jesús nos recuerda que hay una primera exigencia ante el anuncio del Reino de Dios: un cambio de mentalidad, de actitud, de conducta ("Conviértete, cree en la Buena Noticia"). Esta conversión debe tener, antes  que un contenido moral, un fuerte significado teológico: debe ser una clara y decidida vuelta a Dios. Frente a la tentación del desánimo o la indiferencia, tenemos que reanimar nuestra fe para creer la palabra de Dios, para fiarnos de El, que es promesa de salvación. Esa es nuestra única seguridad: la fidelidad de Dios que dice y hace, que promete y cumple. Esa confianza en Dios exige al mismo tiempo confianza en nosotros mismos que hemos sido creados a su imagen y semejanza.  

El tiempo de cuaresma ha de llevarnos a la humildad para conocernos y a la suprema confianza en el poder de Dios. No es un tiempo triste, sino de gracia. "Señor, decía Edith Stein, mártir de la fe católica y de su sangre judía, ¿es posible que pueda yo renacer de nuevo, una vez que he pasado la mitad de mi vida? Tú lo has dicho, y para mí, sí que se ha verificado. El peso de una larga vida de faltas y de sufrimientos, ha caído de mi espalda". Nos podemos liberar del pasado y renacer nuevamente, sea cual sea nuestra situación, si queremos hacer nuestra vida como el Señor quiere. Y todo ello porque Dios es misericordia, fiel, amor que se interesa por mí.

            San Pedro nos ha dicho en su Carta: "la paciencia de Dios aguardaba en tiempos e Noé, mientras se construía el Arca en la que unos pocos se salvaron cruzando las aguas". Aquello fue, sigue san Pedro, "un símbolo del bautismo que actualmente os salva....por la resurrección de Cristo Jesús Señor nuestro". Las aguas del diluvio fueron destructoras; las aguas del bautismo en Cristo regeneran a una vida nueva, no por sí mismas sino por la resurrección de Jesucristo en quien creemos. Vivamos estos días de cuaresma como una oportunidad para renovarnos espiritualmente recuperando el gusto por la oración personal, la sencillez y austeridad de la vida; valoremos las cosas realmente importantes que nos ayudan  a no perder la calidad humana en las relaciones, en la familia, a tomar conciencia de nuestro bien y de nuestro mal, a ganar en fraternidad. Tenemos una  nueva oportunidad. No debemos olvidar que  "Dios mira a la raíz". Por ello, cultivemos nuestra interioridad. Que así sea con la Gracia de Dios.

19 de febrero de 2009

"LEVANTATE, COGE TU CAMILLA Y VETE A TU CASA"

 DOMINGO VII TO -B- 2-  Is 43,18.19-22-25/Cor 1, 18-22/Mc 2, 1-12

 

            Hoy, Jesús, realiza dos milagros: el perdón y la curación. Jesús cura, es cierto,  las dolencias físicas, pero lo que de verdad importa es que  libera del "peso" del pecado. Lo de curar el cuerpo pueden hacerlo también, y lo hacen,  los médicos. La curación del alma viene de Dios. Por eso Jesús lo primero que dice es: "Hijo, tus pecados quedan perdonados". No le pide cuentas ni le echa en cara nada, simplemente, le perdona. Una vez más  se deja llevar de la ternura y la compasión;  trata con cariño al paralítico; se mete en su piel al llamarle "hijo";  le transmite esperanza: todo es posible con un corazón            renovado.
            Jesús, en sus milagros,  aparece siempre preocupado por sanar  al hombre, llegando hasta lo más hondo de su ser; va siempre a lo esencial, mostrando que él es verdaderamente el "médico" que sana ("No tienen necesidad de médico los sanos...").  Cura el fondo del corazón humano. Y lo hace con esa " palabra de amor"  que es la única que puede cambiar al pecador.  Porque, lo sabemos,  el mal del hombre no es solo su mal físico, sino, sobre todo, su mal interior. Con bastante frecuencia  muchos de nuestros grandes males personales, son consecuencia del mal moral, del desajuste interior que, por mil razones,  llevamos dentro de nuestro ser.

            Es posible que, también nosotros, creamos, como los contemporáneos de Jesús,  que es más difícil hacer andar a un paralítico que perdonarle sus pecados.  Dios ve las cosas de otra manera. Para él es más valioso que el hombre pueda encontrar perdón-cercanía después de sus caminos errados. San Pablo nos recuerda, en la segunda lectura,  que lo primero es el sí de Dios a los hombres, no nuestro sí a Dios: "Él nos ha ungido. Él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu". San Ignacio decía que era gracia de Dios el ser capaces de percibir y reconocer nuestro pecado, y pide esa gracia a Dios en los Ejercicios, no para hundir al ejercitante, sino para hacerle conocer la auténtica realidad de su vida.

            Por ello, la Palabra, hoy, nos invita a:

. saber que Jesús viene ante todo a sanar el interior de nuestro ser; a cambiar nuestro corazón de piedra por uno de carne,  nuestro hombre viejo en un hombre nuevo. Y este cambio del corazón es el más importante. Ya  decía Isaías en la primera lectura: "él puede abrir siempre caminos en nuestro desierto y ríos en nuestro yermo";

. saber que podemos contar siempre con el perdón generoso de un Dios Padre que nos acoge, que ciertamente nos exige en la vida, pero en el que siempre podremos encontrar una palabra de perdón y un abrazo de acogida. Para Dios lo importante no es el pasado, sino el futuro que tenemos delante. De nuevo Isaías nos anima: "No recordéis lo de antaño, no penséis lo de antiguo. Yo realizo algo nuevo. Ya está brotando ¿no lo notáis?".  Y, en palabras de Jesús, siempre podemos levantarnos, tomar sobre nosotros la camilla de nuestro pasado y echar a andar ("Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa");

. reconocer la importancia del pecado como actitud básica en nuestra vida. Sabemos que Dios nos dice: "Yo era quien borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados". El perdón y el olvido de Dios Padre no significar minimizar mi responsabilidad en la vida ante Dios, ante mi mismo y ante los demás.  Reconocer que esto es así constituye una Gracia. Aquí está mi grandeza. El pecado nos disminuye. Reconocerlo nos engrandece.

. a encontrar a Dios en el perdón mutuo. Ciertamente no es fácil pedir perdón y perdonar, pero sabemos  que solo la reconciliación muestra la grandeza de espíritu y puede aportar paz, serenidad e incluso felicidad a la vida.             Que así sea con la Gracia de Dios.

12 de febrero de 2009

"QUIERO... QUEDA LIMPIO"

DOMINGO VI TO -B- Lev 13,1.2.44-46/1ª Cor 10,31-33/Mc 1,40-45

 

            El libro del Levítico es el tercero del Pentateuco (la Ley). Es una especie de compendio de toda la normativa ritual y cultural que ha de seguir el pueblo. El texto de hoy pertenece a un grupo de prescripciones sobre la pureza. Trata de regular una de las enfermedades más despreciables para aquella cultura: la lepra. Esta enfermedad hace del enfermo un apestado que ha de evitar el contacto con otras personas. Era un "muerto en vida",  severamente repudiado. Quien entrara en contacto con él  se impregnaba de impureza. Por eso el leproso era excluido de la comunidad, no se le permitía entrar en áreas pobladas, debía llevar la cabeza y el rostro cubierto y anunciar su presencia. Como era considerada "castigo divino" el sacerdote era el único que podía diagnosticar la enfermedad y reconocer su curación. El enfermo perdía todo rasgo humano y toda gracia divina.

            Hoy san Marcos, que inicia su evangelio con las palabras "Comienzo de la buena noticia de Jesús, hijo de Dios",   nos presenta a Jesús como buena noticia para el grupo más marginado de Israel. En esta ocasión es el propio enfermo quien pide la curación ("Si quieres puedes limpiarme"). No podía ser de otra manera dado su aislamiento familiar y social. Jesús "sintiendo lástima"-"conmovido" (es primera vez que Marcos deja asomar el mundo interior de Jesús), extendió la mano, lo tocó, dijo: "Quiero: queda limpio". Por encima de lo que se cree social y religiosamente correcto, las palabras de Jesús transforman  la situación de marginación, liberan a la persona y, para reintegrarle de nuevo en la sociedad que lo había expulsado, le pide que se presente al sacerdote para que haga los trámites necesarios para su reincorporación cultual. Jesús, sospechoso al contravenir las disposiciones legales se queda en las afueras. Allí acudía la gente y allí enseña:

. que hay que sentir compasión, tocar, implicarse en la cercanía del hermano enfermo o excluido..."Cristiano, decía Charles Peguy es, sencillamente el que da la mano", el que tiene una atención personal  para el hombre; quien no pierde la sensibilidad frente al dolor ajeno,  no solo el que hace profundas reflexiones bíblico-teológicas o diseña estrategias de última generación para la actividad pastoral;

. que Dios no excluye a nadie del culto, ni de su presencia, a causa de la debilidad. Al contrario, los enfermos han de tener un lugar privilegiado en la comunidad cristiana, pues Jesús tuvo una mano tendida especialmente a los que sufren; el trato y la  cercanía humana es el principio de la sanación;

.  que lo que mancha al hombre no es lo de fuera, sino lo que brota del corazón. La enfermedad sigue siendo un misterio pero no un castigo de Dios que nos aísla de El. "La frontera entre el bien y el mal no pasa entre los hombres dividiéndolos en dos grupos de buenos y malos; la frontera entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada uno" (A. Solzhenitsyn).

Hay que acercarse al hombre "primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión" (Juan Pablo II) y hacerlo desde el amor, la compasión, la ternura. Y con libertad del mismo Cristo. Esa libertad que, en palabras de san Pablo,  es una convicción interior que lleva a actuar según la voluntad de Dios, a favor de la comunidad, buscando el bien del otro,  especialmente el más débil. Su criterio de adaptarse a cada grupo no viene de una debilidad de carácter –no era éste un rasgo de su personalidad- sino de  la libertad puesta al servicio de la misión que el Señor le encargó y de un testimonio evangélico capaz de atraer a todos hacia Cristo y devolverles su dignidad y altura moral y física. "Quiero, queda limpio". Que así sea con la Gracia de Dios.

5 de febrero de 2009

"RECORRIÓ TODA GALILEA PREDICANDO..."

 DOMINGO  V  T.O. -B-   Job 7,1-4.6-7/1Cor 9,16-19,22-23/Mc 1,29-39

           

A lo largo de la historia de la salvación, Dios manifiesta, una y otra vez, una constante actitud de fidelidad: El mantiene su alianza como lo más sagrado, como algo que en ningún caso puede rescindirse. Incluso a través de crisis personales, cuando la fidelidad perece enturbiarse, Dios permanece fiel y al lado de los hombres. Ni la enfermedad, ni el dolor, ni la riqueza ni la pobreza... son signos de lejanía de Dios. En cualquier caso pueden ser interpelaciones en la existencia humana, cauces para un re-pensar cómo son las relaciones de la propia vida respecto a Dios.

El libro de Job es una reflexión sobre el sentido del sufrimiento inocente. Job no es un "resignado", sino un creyente que, desde su profunda relación con Dios, se atreve a "encararse" con Él y  se convierte en portavoz de todos los hombres marcados por el dolor y recoge en sus palabras la experiencia de toda la humanidad. La vida es dura...., una noche sin luz ni esperanza..., antes de abrirse al diálogo con Dios. La lucha de su fe es un ejemplo válido para todos, especialmente para quienes, desesperados, no encuentran el sentido a la existencia  cuando las cosas empiezan a ir mal.

Jesús es presentado en el evangelio de hoy como liberador de los males que afligen a la humanidad ("La población entera se agolpaba a su puerta"). La suegra de Pedro ("a la que cogió de la mano y levantó") es un ejemplo. Si Job nos presenta la existencia humana marcada por el sufrimiento, y un sufrimiento sin sentido, el evangelio nos muestra la actitud de Jesús hacia él: la curación y el consuelo de parte de Dios. El Reino del cielo que Jesús inaugura se hace presente en la medida que el sufrimiento humano es vencido, desde una opción clara a favor de la vida. Todos pueden experimentar ese amor curativo de Dios que libera integralmente (cuerpo-espíritu) la persona humana.

Jesús integra, además, dos realidades y lo hace sin contraponerlas: se entrega a la misión de liberar y se retira a orar. Para Él, el último criterio es el amor. Jesús ama y se entrega a los demás hasta dar la vida; va donde se encuentra la gente ("Recorrió toda Galilea...), pero el fundamento  de su existencia, la fuente de la misma, es Dios (""Se marchó al descampado y allí se puso a orar"). Todas las actividades de Jesús tienen su raíz en su peculiar experiencia de Dios como Padre amoroso, compasivo y misericordioso con todos los seres humanos. ¡Qué gran lección nos da!. En la agenda de Jesús hay tiempo para el hombre y tiempo la soledad, para Dios; para orar y para sanar.

Nuestra fidelidad al evangelio ha de traducirse en el servicio a los hombres, y como Pablo, acomodarse a todos los ambientes y situaciones. Se hace débil con los débiles y fuerte con los fuertes, se hace todo para todos, y esto le da la máxima libertad (frente a prejuicios y normas...) en el seno de la comunidad. Así, anunciando la buena noticia de la fe y la sanación, "gana a algunos de sus hermanos para Cristo".

Un ejemplo de todo ello: hace 50 años (en 1955) la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católica lanzó, desde Roma, un manifiesto en el que anunciaba su compromiso a favor de la lucha contra el hambre: "Nosotras, mujeres del mundo entero, no podemos aceptar por más tiempo que las fronteras del hambre se inscriban en nuestro globo con trazos de muerte. La guerra, la limitación de la natalidad, son soluciones falsas, ineficaces, de muerte. Sabemos y queremos que se sepa, que existen soluciones de vida, y que si la conciencia mundial reacciona, dentro de algunas generaciones las fronteras del hambre habrán desaparecido...". En España, cuatro años después, un grupo de mujeres de la Acción Católica recogió el testigo y llamó la atención acerca de la necesidad de combatir tres tipos de hambre: de pan, de cultura y de Dios. Así nació la primera Campaña contra el Hambre. Nunca entendió Manos Unidas su gran actividad desde una actitud paternalista; desde siempre pretendió y pretende hoy crear  las condiciones necesarias para que las comunidades pobres encuentren el camino de un desarrollo digno de personas y puedan, por sí mismos, salir adelante. 50 años, más de  25.000 proyectos, tantas ayudas, voluntarios... con nuestra oración y nuestra colaboración  sigamos haciendo realidad el milagro del desarrollo integral  de los más necesitados. Que así sea con la Gracia de Dios.