29 de enero de 2009

"ESTE ENSEÑAR CON AUTORIDAD ES NUEVO"

DOMINGO IV DEL T.O. -B- Dt 18,15-20/1 Cor 7,32-35/Mc 1,21-28

 

            Marcos, en los primeros capítulos del evangelio, nos va presentando la identidad de Jesús a través de  hechos y actuaciones  que ratifican sus palabras. El texto de hoy nos sitúa dentro de la sinagoga de Cafarnaún. Allí encuentra a una persona con espíritu inmundo, signo y símbolo de todo lo que esclaviza al hombre, de lo que le impide ser y vivir en plenitud.  El evangelista está interesado en subrayar la autoridad con que habla Jesús y el poder extraordinario con que actúa frente a Satanás. Su palabra tiene una eficacia inmediata capaz de  restituir al hombre a su dignidad y libertad primera. Este es el primer signo revelador del misterio de Cristo.  Jesús es "el profeta por excelencia" anunciado por el mismo Dios en el libro del Deuteronomio; un profeta cuya voz llega a lo profundo del corazón.

            La gran novedad en el modo de hacer de Jesús, aquello que sorprende, es  la autenticidad de una vida consecuente con la enseñanza. Jesús no impone cargas que luego él no cumple, no enseña de manera repetitiva. Habla con autoridad pero nunca  autoritariamente; siempre se resiste ha hacerlo desde el poder o una posición de superioridad. Jesús no había asistido a escuelas de los rabinos, ni pertenecía a la jerarquía sacerdotal... quienes se asombraban al escucharle se preguntaban de dónde sacaba todo eso el hijo del carpintero de Nazaret. La autoridad de Jesús venía de su autenticidad; no mentía y cumplía lo que predicaba a los demás ("Si no creéis en mí, creed en mis obras, ellas dan testimonio de mí"). Jesús confirmaba su doctrina con sus obras de liberación, curando a los oprimidos  por el diablo y sanando toda clase de dolencias...; tras exponer las cosas con sencillez de parábolas concluía "el que tenga oídos para oír que oiga"  e invitaba a quienes querían acompañarlo diciendo: "el que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga".

            En una sociedad donde nos invaden tantas y tantas palabras vacías de contenido, es necesario que recuperemos la palabra, la auténtica, la que sale de la persona y va directa a la persona, corazón a corazón; la palabra que dice y comunica, la que busca y va al encuentro; la palabra de vida que nace de la vida y busca la comunión. Solo esta palabra puede ser dicha con autoridad, no con violencia. Hablemos palabras de verdad, rubricadas con signos de autenticidad, solo así podremos ejercer autoridad moral en la sociedad; autoridad en palabras y signos, desde la humildad de un siervo de Dios. Nuestras buenas palabras han de tener el respaldo de nuestra buena vida. El mensaje que tenemos es extraordinario, como mensajeros hemos de serlo también. Solo así el mundo, la historia pueden cambiar. Jesús imagina a sus discípulos no como doctores o jerarcas, sino como curadores: "Proclamad que el reino de Dios está cerca: curad enfermos, limpiad leprosos, expulsad demonios". Es la primera tarea: curar, liberar del mal, sanar la vida...; la lucha por la salud integral es camino de salvación para el hombre. En esta labor somos testigos  que muestran, con fidelidad a la palabra y coherencia en la propia vida,  la fuerza y al atractivo de Jesús y de su mensaje. Palabra y gesto oportuno han de ir, como en Jesús, unidos.

            En la carta a los Corintios seguimos escuchando algunas de las normas que regían las primeras comunidades cristianas. Todos son necesarios en la comunidad; según los dones deben participar en las tareas de enseñanza, limosna, liturgia, evangelización. El criterio último es "servir al Señor" con amor y obediencia. Uno casado, otro célibe, una volcada en la familia, otro en la educación o la caridad... cada persona tiene su camino. Lo que encarece Pablo es que no falten almas comprometidas, palabra y vida, con el Amor,   según el estado de cada uno.  Que así sea con la Gracia de Dios.

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