4 de diciembre de 2008

"...PROCURAD QUE DIOS OS ENCUENTRE EN PAZ..."

II DOMINGO ADVIENTO -B- Is 40,1-11/2P 3,8-14/Mc 1,-8

 

Isaías, el profeta del Adviento, nos anuncia, en un texto de honda belleza,  un mundo mejor. El pasaje leído se encuentra dentro de los capítulos llamados "Libro de la Consolación", y constituye un hermoso mensaje  de esperanza y de consuelo  dirigido al pueblo, deportado en Babilonia, que sueña y anhela  regresar a la tierra prometida. Nadie mejor que él se acercó tanto a lo que sería la vida de Jesús de Nazaret. Marcos, en su evangelio, la Buena Noticia que es Cristo mismo,  nos muestra, con precisión y brevedad, la predicación de San Juan Bautista. Es la voz que clama a los cuatro vientos:  "En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios", tal como profetizó Isaías. Juan es,  asimismo, un hombre excepcional entregado a su misión, sin titubeos, sin tregua ni falsedades; su  grito, pronunciado en el impresionante silencio del desierto, debe llegar a nosotros, a lo más íntimo de nuestro corazón. Nos quiere recordar nuevamente que no podemos perder la oportunidad una vez más, de dejar pasar otro adviento sin convertirnos; que  debemos romper las amarras que nos tienen atrapados en el puerto de nuestra comodidad y miedo.

Estamos ante una llamada clara a preparar la venida de Jesús que pasa por nuestra reflexión, conversión y nacimiento a una vida nueva. El cambio de vida exige el abandono de lo que dificulta que Dios pueda nacer entre nosotros. Traspasando a nuestra propia realidad vital el simbolismo del camino nos conduce a la siguiente reflexión: los caminos, los montes y colinas que debemos rebajar y elevar son nuestros propios caminos interiores. Hay que levantar los valles y las depresiones que acompañan nuestra vida; hay que buscar horizontes amplios que nos permitan mirar más allá de nosotros mismos; es necesario bajar montes y colinas para  liberarnos de nuestro egoísmo y autosuficiencia  y aceptar la verdadera realidad de nuestro yo; es urgente enderezar lo torcido; corregir lo que está errado; luchar por transformar aspectos sombríos de nuestra vida y de nuestro mundo. Caminos de fidelidad y conversión, que nos llevan al centro de nosotros mismos, a nuestra verdad más desnuda.... Caminos que debemos recorrer orientados por la voz de los profetas, de los santos, de los hombres y mujeres que ya los han recorrido: "Si quieres llegar a Dios, dice san Agustín, recorre los caminos del hombre" (Agustín).

El bautismo de Juan es una preparación para la llegada de aquél que viene detrás "y yo no merezco agacharme para desatarles las sandalias". El bautismo de agua es sólo de penitencia. Hay que empezar por ahí, es decir cambiando de rumbo y de actitud, reconociendo el mal y la injusticia, llevando una vida austera, sirviendo a Dios y a los hermanos. Pero la auténtica transformación viene del Bautismo con el Espíritu Santo que proclama y ofrece Jesús. Como el fuego purifica y transforma, así también seremos trasformados por el Espíritu si creemos en él y vivimos el Evangelio.

El Adviento no nos deja caer en la banalidad del tiempo vacío; al contrario, nos invita a esperar y confiar preparando el camino al Señor  que viene en las personas que llaman diariamente a nuestra puerta y a nuestro corazón. Si solo esperamos acontecimientos extraordinarios no sabremos saborear y aprovechar lo extraordinario de cada momento, de cada segundo, la pequeña puerta por la que puede entrar el Señor. San Pedro nos recuerda que sólo podremos esperar y desear  "un cielo nuevo y unas tierra nueva en la que habite la justicia" si miramos con sensibilidad  nuestro  mundo y entendemos que los caminos del Señor sólo se preparan en la medida en que se espera y desea intensamente a Dios. Ojalá en nuestra vida sean realidad las palabras finales de la segunda lectura:  "Mientras esperáis la venida del Señor, procurad que os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprensibles". Que así sea con la Gracia de Dios.

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