27 de noviembre de 2008

"...LO DIGO A TODOS: ¡VELAD!"

I  DOMINGO ADVIENTO-B-Is 63,16-17;64,1-8/Cor 1,3-9/Mc 13,33-37    

 

            En noviembre de 1943 el pastor alemán Dietrich Bonhoeffer sufría prisión en Tegel a causa de su oposición al nazismo. Fue entonces cuando escribió estas palabras: "Por cierto, una celda de prisión como ésta es una buena comparación para la situación del adviento; uno aguarda, espera, hace esto o aquello –al fin y al cabo cosas accesorias-; la puerta está cerrada y sólo puede ser abierta desde fuera". El tiempo del Adviento que hoy empezamos no "otra vez" sino  "de nuevo" es como una puerta que se abre para nosotros. La primera lectura es un clamor, un grito, una sentida oración que nace de lo más profundo del corazón. Los antiguos clamaron angustiados, conscientes de la necesidad en que se encontraban, y acuciados por el dolor y la incapacidad de obtener por las propias fuerzas la salvación: «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!».

             Nosotros también  sentimos vivamente -ante la consideración de nuestra propia flaqueza y miseria, ante la realidad de los males morales y físicos del mundo que nos rodea: injusticia, terrorismo, infidelidad, hambre-, la necesidad de que Dios se acerque más sensiblemente a nuestra vida y abra una puerta de Luz y Esperanza. Se trata del anhelo de un nuevo comienzo que sólo Dios puede ofrecer y lo ha hecho de forma definitiva en la Encarnación.  Cristo ya vino –lo recordamos en Navidad-, siempre viene –en el hoy de nuestra vida- y vendrá definitivamente. De ahí que sea urgente vigilar en la espera definitiva del Señor.

Ciertamente, la segunda lectura nos lo recuerda, poseemos la salvación,  la gracia, la realidad de los dones divinos en nosotros. Dios nos  ha comunicado su Espíritu, su cercanía y Paternidad. Pero todo esto, aunque es para siempre por parte de Dios, no es definitivo en nuestras manos. Nos cansamos, nos fatigamos y corremos el peligro de abandonarlo todo. Por eso debemos reavivar la esperanza. No hay por qué desanimarse. Dios ha comenzado la obra; Él la llevará a buen término. "Dios nos ha llamado a participar de la vida de Jesucristo Nuestro Señor y Él  es fiel", nos dice San Pablo. Por eso no debemos tener miedo y sí, y siempre,  una esperanza activa en el amor.

            Hay hombres y mujeres que viven "huyendo" de la luz y de la llegada de Dios ("Los hombres prefirieron las tinieblas a la luz", escribió san Juan); ocultándose ("Tuve miedo, Señor y me escondí", dijo Caín después de matar a Abel); que esperan viviendo en la indiferencia y la frivolidad; pidiendo "un poco más de tiempo" para poder hacer alguna buena acción o esperando el tiempo de "descuento".  Pero hay también «otro modo de esperar»: «saliendo al encuentro del que viene». Es entonces cuando el Adviento adquiere todo su dinamismo. La vida se convierte en un «ir hacia Dios» que, a su vez, «Viene hacia nosotros». Adviento puro y completo. Cita de enamorados. San Juan de la Cruz es el inefable representante de esta inquieta «espera»:

«Buscando mis Amores iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los puentes y fronteras».

            Así. Sin que nos distraigan «las flores», sin que nos asusten «las fieras», que siempre acechan. Sin que sean un obstáculo «los puentes y fronteras». Toda la atención puesta en «buscar» al Señor que viene, que «está a la puerta y llama». Eso es el «Adviento», nunca inmovilismo ni retirada y siempre esfuerzo y compromiso por hacer presente el Reino de Dios. Escribía Carlos de Foucauld: "Vive como quisieras haber vivido en la hora de la muerte"; lleva en todo tiempo una vida tan honrada que puedas, en cualquier instante, presentarte ante tu Juez con buena conciencia. En el fondo, Adviento tiene lugar cada día, por eso hay que caminar con los ojos bien abiertos y el corazón atento: ¡Él viene puntual a la cita!. Que así sea con la Gracia de Dios.           

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