9 de octubre de 2008

"A TODOS LOS QUE ENCONTREIS INVITADLOS A LA BODA"

DOMINGO XXVIII TO -A- Is 25,6-10/Fil 4, 12-14.19-20/Mt 22, 1-14

Estar juntos alrededor de  la mesa, crear, vivir un clima familiar de alegría, gratuidad, intimidad, compartir..., esos momentos que se recuerdan o que quisiéramos que no pasaran nunca...Los profetas se refieren a esta experiencia cuando quieren hacernos entrever algún aspecto del reino de Dios (vinos, manjares, vida, salvación); también Jesús, entre todas las imágenes que ha usado ha privilegiado ésta, no solo en las parábolas sino también con el gesto concreto de sentarse a la mesa con sus discípulos, con la multitud, con los pecadores que se acercaban a él; pero mientras los profetas utilizaban esta imagen referida al futuro, al triunfo de la vida ("Aniquilará la muerte, enjugará las lágrimas...), Jesús la usa referida también al presente: la mesa está ya preparada, el Esposo está en la mesa con nosotros.

La invitación, gratuita, a participar en la fiesta es para todos. Sin embargo, los convidados en primer lugar la rechazan. Algunos por excesiva dependencia de las cosas; otros, quizás, por su autosuficiencia, individualismo, o la excesiva seguridad dada por el cumplimiento exterior de la ley. Qué gran verdad es que para reconocer en Jesús la presencia del Reino es necesario el corazón de los humildes, de los "pequeños", de los "abiertos" para acoger la salvación como don gratuito, de los libres interiormente. En el banquete, cuyas puertas no se cierran porque los primeros invitados rechacen la elección,  se sentarán "otros viñadores"..., los Mateo, Zaqueo, María Magdalena, ciegos, paganos... Todos los caminantes de los caminos y veredas del mundo.

            El don, sin embargo, aun siendo gratuito, no anula la responsabilidad personal. Si la Iglesia es la sala del banquete nupcial, es necesario estar vestidos de fiesta, no con un traje que contradiga la realidad festiva. Más allá de la metáfora: toda la vida concreta del cristiano debe reflejar esta realidad nueva de comunión de amor, de pertenencia al mundo nuevo soñado por Dios. "Algo" de la alegría-esperanza futura debe transparentar desde ahora, debe "distinguir" visiblemente al cristiano, rodeándolo como un vestido nuevo. Será el signo de que invitación ha sido verdaderamente acogida, el don gratuito verdaderamente aceptado. A Dios le importa mantener su alianza de amor y de vida expresada en el banquete nupcial, siempre preparado, para aquellos que aceptan la invitación de Cristo; a Dios le importa que los hombres tengan un corazón nuevo, purificado;  que el traje de bodas se conserve santo a pesar del roce con el pecado del mundo. La Eucaristía, signo del banquete, nos acoge a todos, buenos y malos, nos transforma y renueva en el amor y la alegría de la comunión con Cristo. La Eucaristía es el "secreto de la santidad" (Benedicto XVI).

 La respuesta al don de Dios ha de llevarnos a la afirmación central de la epístola: "Todo lo puedo en aquel que me conforta". Pablo acaba de recibir una ayuda económica que le envían los cristianos de Filipos y se lo agradece, sobre todo el amor y cariño que esos bienes significan. Pero para él lo principal es seguir unido a Cristo; ha sabido mantenerse fiel a Cristo y su mensaje en pobreza y en abundancia, en tiempos de hartura y en tiempos de hambre. Esto no lo ha conseguido por sus propias fuerzas, sino por la fuerza del Señor.  Claro que tenemos que esforzarnos por tener lo necesario, pero los cristianos debemos ser sobrios y austeros. Saber recibir cuando lo necesitemos y saber dar y compartir siempre que podamos.

Este domingo celebramos también la fiesta del Pilar. La virgen fue la primera invitada por Dios a compartir la vida, pasión y muerte de su Hijo. Ella escuchó la palabra de Dios y la cumplió. Ella estuvo siempre habitada por Dios, dirigida y gobernada por su Espíritu. Por eso, la virgen María es un pilar para nosotros, un pilar donde puede apoyarse y afianzarse nuestra fe. Que cada uno de nosotros sepamos escuchar cada día la Palabra de Dios y cumplirla; que vivamos siempre en comunión con el hijo de María,  en comunión con Dios y con los hermanos.