6 de junio de 2008

X DOMINGO TIEMPO ORDINARIO -A-

X DOMINGO TO -A-  Os 6, -6 / Rom 4, 18-25 / Mt 9, 9-13

 

Jesús provoca un "escándalo" que no procede tanto del hecho de que un pecador lo deje todo para seguir a Jesús, sino de que sea Jesús mismo quien le llame y se siente a la mesa con él y con sus compañeros considerados "pecadores públicos" (impuros). Como punto de partida de la respuesta a los fariseos,   Jesús recuerda tres principios fundamentales: "No son los que tienen buena salud los necesitados de médico","No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores", y recordando a Oseas "Misericordia quiero y no sacrificios". Jesús actúa como médico y terapeuta. Se siente enviado no a condenar o rechazar sino a curar, a liberar, acoger, ha hacer el bien; rechaza actitudes meramente  legalistas o moralistas con la mirada misericordiosa de Dios Padre, punto de arranque de toda curación y sanación espiritual  ("la oveja perdida...").    

            Cuando Jesús llama a Mateo (al que elige para estar con Él y ser testigo de su amor) y se sienta a la mesa con pecadores no quiere dar a entender que el pecado no exista ni que carezca de importancia. Pero establece una regla de oro y válida siempre para distinguir entre "pecado" y "pecador". En toda su acción  Jesús ve en el hombre el valor fundamental: es la persona a quien hay que respetar, ayudar y salvar ("El sábado es para el hombre"). Cualquier pecador es siempre una persona y permanece persona aunque peque. Es precisamente entonces cuando más necesitado está de ayuda por ser mayor su necesidad. La declaración de valores de Jesús es iluminadora e inequívoca: son los enfermos y pecadores  los necesitados de médico; acercarse y dialogar con  ellos no contamina ni hace pecador a nadie.

            Jesús no eligió hombres avalados por sus buenas obras o su prestigio sino personas decididas a estar con él. Publicanos y pecadores entran en su seguimiento a pesar del escándalo farisaico. Jesús nos salva por su infinita misericordia. Todos tenemos la tentación de pensar que el pecado es algo que aleja a Dios de nosotros. Pocos creen en un Dios que se acerca a los hombres precisamente cuando nos ve más desorientados y necesitados de su vida y de su paz. Pocas veces está el hombre tan cerca de Dios como cuando se reconoce frágil, débil  y acoge agradecido el perdón de Dios y su fuerza renovadora. De la conducta de Jesús nace la misericordia con los pecadores, los enfermos, los paganos. Sentirnos perdonados nos ayuda a perdonar.        

Apoyados en la esperanza,  como Abraham padre de la fe, seguimos creyendo que nuestra vida puede cambiar, que otro mundo es posible y por eso nos esforzamos por conocer y seguir  a Jesús cuya  luz ha brillado en nuestros corazones. Desde una fe incondicional (que es confiar y esperar sin reparos en el poder de Dios para cumplir sus promesas) vivimos en la certeza de que  Dios es fiel y nos justifica y salva por amor. La fe reposa en una promesa de Dios, no en las expectativas humanas que, en tantas ocasiones invitan, más bien, a la incredulidad. Nuestra esperanza es, en palabras de Pablo, "contra toda esperanza". Es esta palabra creadora la que está pone en movimiento continuamente la historia, la de cada uno y la del mundo. Vaclav Havel, escritor y político,  decía: "La esperanza no es la convicción de que algo va a salir bien, sino  la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo salga".

            El culto que Dios nos pide nada tiene que ver con rituales vacíos sino con la buena disposición del corazón, abierto a la compasión ante las miserias ajenas y dispuesto a subsanarlas en las medida de las propias posibilidades. La misión de Jesús, que es también la misión de la Iglesia, consiste en invitar a los pecadores a que se conviertan, denunciando con fuerza el pecado... sin buscar componendas ... y acogiéndolos con alegría en la comunidad. El Reino de Jesús está abierto a todos, no legitima una sociedad cerrada, se dirige a todos: "Andad, aprended lo que significa misericordia quiero y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos".

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